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31 de enero de 2014

El centenario del nacimiento de nuestra amada Sri Daya Mata es un gozoso acontecimiento que seguramente se celebra en los reinos celestiales donde ella habita ahora, así como en los corazones de todos cuantos hemos sido inspirados y transformados por su divina vida de devoción a Dios y su ilimitada compasión hacia el prójimo. Almas de todos los lugares del mundo y de todas las religiones respondieron al amor y la comprensión que con tanta abundancia fluían de su conciencia sintonizada con Dios y, de ese modo, se acercaron más a Él.

Desde la infancia, Daya Mataji ansiaba conocer a Dios y comulgar con Él como lo hicieron las grandes almas que se mencionan en las escrituras. Cuando vio por primera vez a nuestro gurú Paramahansa Yogananda y le oyó hablar, pensó: «Este hombre ama a Dios; le ama de la forma en que siempre he anhelado yo amarle. He aquí alguien que conoce a Dios. ¡Le seguiré!». Perfeccionar ese amor se convirtió en la meta suprema de su vida; y gracias a que nunca permitió que nada la distrajera de dicha meta, fue capaz de recibir plenamente su recompensa espiritual y ser en este mundo un canal puro de la luz y las bendiciones de Dios. A cuantos la rodeábamos, ella nos inspiró con su humildad, su receptividad al entrenamiento impartido por Guruji y la completa concentración con que vivía en el pensamiento de Dios. Incluso en medio de los diarios desafíos de la vida y las crecientes responsabilidades que Gurudeva le encomendó, ella emanaba un gozo interior que nacía de su absoluta confianza en Dios y de su entrega a Él. «Hágase tu voluntad, no la mía» era su lema en toda circunstancia. No buscaba ningún reconocimiento personal, pues sólo quería ser una fiel discípula de su Gurú; y a lo largo de los años en que ejerció su papel de liderazgo, el criterio que guiaba cada una de sus decisiones era: «¿Cuál sería el deseo del Maestro?». Con todo su ser, ella absorbía la orientación proveniente del Maestro y reflejaba cada vez más su naturaleza, tanto su fuerza como su infinita ternura; al tiempo que defendía sin temor sus ideales, brindaba amabilidad y comprensión a todos. Poco antes de que Guruji dejase este mundo, al expresarle ella su preocupación acerca de cómo los discípulos podrían seguir adelante sin su presencia, él le dijo: «Cuando me haya marchado, sólo el amor podrá reemplazarme». Estas palabras permanecieron siempre grabadas en su corazón, y vivió su significado hasta que ella misma se convirtió en ese amor, que nutrió a la familia espiritual de Gurudeva tras su partida y ha proporcionado a innumerables devotos la garantía tangible de su protectora presencia.

Como madre de la familia mundial de Gurudeva, Daya Mataji veló profundamente por todos nosotros. Una de las más preciadas bendiciones de Dios que guardo en mi corazón es la amistad divina que compartimos al servir juntas a la obra de Guruji durante más de sesenta años, y atesoro con entrañable cariño la sabiduría y el amor que ella irradiaba desde su estado de sintonía interior con él. Siempre ardiente en su devoción a Dios y en su deseo de servirle, ella trataba de despertar ese entusiasmo en los demás; y la mejor manera en que podemos honrarla es seguir con renovado celo el sadhana que Guruji nos ha dado. Oro para que su ejemplo les sirva de recordatorio y de aliento a fin de que, mediante sus propios esfuerzos y las bendiciones de Gurudeva, puedan también experimentar el gozo divino y el amor plenamente satisfactorio que impregnaban su vida. ¡Jai Gurú, Jai Ma!

En el ilimitado amor de Dios y Gurudeva.

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