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    Ananda Mata (1915–2005)

    Ananda Mata, una de las primeras y más antiguas discípulas de Paramahansa Yogananda y hermana de nuestra difunta presidenta Sri Daya Mata, abandonó su forma física el 5 de febrero de 2005. Aun cuando sirvió a Paramahansaji y su obra durante muchas décadas, su papel se desarrolló ―por decisión propia― más «entre bastidores» que como oradora pública o instructora. Por consiguiente, incluimos este bosquejo biográfico presentado por otras personas, en lugar de reminiscencias de Paramahansaji con palabras de ella.

    Ananda Mata se encontraba entre los selectos devotos a quienes Paramahansaji entrenó personalmente para que le ayudaran a construir los cimientos de su misión mundial y llevar a cabo el proyecto que estableció para su desarrollo futuro. Nació el 7 de octubre de 1915 y fue llamada Lucy Virginia Wright. Desde el momento en que conoció al Gurú, en 1931, y entró en su ashram, en 1933, se consagró enteramente al amor y servicio a Dios, absorbiendo y viviendo las enseñanzas de Paramahansaji y sirviendo sin reservas a su sagrada causa. Se contaba entre los pocos primeros discípulos que recibieron de él la iniciación en sannyas de la antigua Orden monástica de los Swamis, y tomó los votos perpetuos de renunciación en 1935. Él la nombró también miembro del Consejo Directivo de Self-Realization Fellowship/Yogoda Satsanga Society of India.

    El 11 de febrero de 2005 se celebró en la Sede Central un funeral al que asistieron los monjes y monjas de Self-Realization Fellowship de todos los ashrams. El Hermano Vishwananda dirigió el oficio y llevó a cabo los ritos de la ascensión; los principales oradores fueron Sri Daya Mata, Mrinalini Mata y el Hermano Anandamoy. A continuación figura lo más destacado de sus respectivos homenajes a la santa vida de Ananda Mata, consagrada total y absolutamente a Dios y al Gurú.

    Hermano Anandamoy:

    Recuerdo que una vez iba caminando con el Maestro por el vestíbulo, mientras nos dirigíamos desde el ascensor hacia su automóvil, que se hallaba fuera. Ananda Ma estaba esperándole; normalmente era ella quien conducía. Cuando íbamos caminando, el Maestro me sujetó el brazo, se detuvo y me dijo: «Nunca olvides esto: Faye y Virginia siempre han vivido la vida con el cien por ciento de devoción, con el cien por ciento de obediencia, con el cien por ciento de lealtad. Quiero que tú las sigas». Y cuando afirmó eso, me apretó el brazo, como para grabar realmente en mí lo que me estaba diciendo. Eso ocurrió cuando yo era bastante nuevo en el ashram.

    Un par de años más tarde, repitió casi exactamente las mismas palabras. Para entonces, yo tenía un poco más de comprensión del Maestro y de su obra, y de la vida espiritual. Pensé: «El Maestro es un avatar, una encarnación de Dios; y esas palabras, por sencillas que sean, son un elogio supremo para un discípulo. No hay elogio más elevado que lo que dijo el Maestro».

    Otra anécdota sobre Ananda Ma; ésta tuvo lugar alrededor de 1951. Se me había encargado enlucir las paredes del cuarto de baño del Maestro. Mezclaba el yeso al aire libre y luego lo llevaba en dos baldes hasta el ascensor, que subía al tercer piso. En una ocasión, cuando transportaba los baldes por el pasillo ―eran bastante pesados, las asas eran de alambre y me lastimaban las manos―, los posé en el suelo durante un momento para dejar descansar las manos. Justo entonces sonó el teléfono allí cerca y Ananda Ma salió de su despacho para responder.

    Bueno. Yo no soy una persona inclinada a tener visiones o experiencias extraordinarias. Nunca he estado interesado por ese tipo de cosas. Pero cuando vi a Ananda Ma descolgar el teléfono, ante mi asombro más absoluto observé una luz a su alrededor…, toda una esfera de luz. Se fue haciendo cada vez más brillante, y pensé: «¿Qué pasa?». Entonces vi que la forma de Ananda Ma cambiaba. Se convirtió en el ser divino más increíblemente hermoso que nunca hubiera podido imaginar. No podía creer lo que estaba viendo. Y no fue un simple destello: duró varios minutos. Luego, la luz se desvaneció paulatinamente y aquel ser divino fue una vez más Ananda Ma, que colgó el teléfono y regresó a su despacho.

    Años después leí un libro de leyendas sobre el Señor Krishna en el que se decía que cuando Dios se encarna en la tierra como un avatar, siempre hay algunos seres divinos que vienen voluntarios con esa encarnación. Y se dice que grandes rishis y sabios del pasado se encarnaron para ser compañeros de Krishna; se encontraban entre las gopis o pastoras de ganado que jugaban con el niño Krishna cuando crecía en Brindaban. Estoy seguro de que algunos de los grandes discípulos del Maestro, como Daya Mata, Ananda Mata y otros, vinieron no porque tuvieran que agotar su propio karma, sino para servir a Dios durante la divina encarnación de nuestro maestro.

    Ananda Ma sirvió fielmente a lo largo de todos estos años, trabajando incansablemente…, con frecuencia día y noche. ¡Y la mayoría de nosotros sabe lo muy estricta que podía ser algunas veces! Pero en el último período de su vida, cuando enfermó y ya no podía trabajar ―cuando su mente ya no estaba ocupada en los cuidados, preocupaciones y problemas de la organización―, se manifestó un nuevo aspecto de su personalidad, muy dulce, muy tierno. Siempre que la veía, se me acercaba y me tomaba ambas manos, sin decir una palabra, e irradiaba amor, sólo amor.

    Más tarde, cuando me enteré de que estaba empeorando físicamente, me invitaron a subir a su habitación para decirle adiós. Ya no podía hablar. Pero hablaba con los ojos y con las manos. Tomó mis manos entre las suyas y me miró con un amor puro, perfecto. Fue una experiencia increíble. Y entonces, sabiendo lo mucho que amaba al Maestro, le dije: «El Maestro la está esperando». Y en respuesta a eso, sentí una tremenda oleada de amor y de gozo…, como si me estuviera indicando: «¡Voy a estar con el MAESTRO de nuevo!». No encuentro palabras para expresar lo que sentí, sólo amor y gozo arrolladores. Reflexioné: «¡Qué maravilloso ejemplo se consuma ahora, tras una vida de servicio y consagración a Dios y al Gurú! Ella puede decir: “Vuelvo a casa”». Y pensé: «¡Desearía poder irme yo también!».

    Así pues, éste es mi recuerdo de Ananda Mata: ¡Qué gran discípula! Un alma divina que vino a la tierra para estar con el Gurú y servirle. Éste es el retrato que tengo de ella, que llevaré en mi corazón mientras viva. Como dijo el Maestro, total dedicación y amor a Dios, al Gurú. Ése es el ejemplo que ha dejado.

    Mrinalini Mata:

    Durante sesenta años he sido bendecida con la compañía de las amadas Ma y Ananda Ma, Faye y Virginia…, «dos gotas de agua», como solía referirse a ellas el Maestro en aquellos primeros días. Apenas podías pensar en la una sin la otra.

    Mi primera toma de contacto con la querida Ananda Ma tuvo lugar antes de que yo entrara en el ashram. Gurudeva solía invitarme a ir a la ermita de Encinitas los fines de semana mientras todavía asistía a la escuela secundaria. En mi primera visita, estaba ayudando en la limpieza sabatina de la ermita quitando el polvo del elefante intrincadamente tallado que formaba parte de la mesa de la sala de estar. El Maestro se acercó por el pasillo y se detuvo un momento mirando. Entonces me dijo: «¡Más te vale hacer eso muy bien! ¡Virginia es muy especial!».

    Bueno, yo conocía a Ma y Ananda Ma de los oficios del templo de San Diego, cuando mi familia acudía a escuchar la conferencia de Gurudeva los domingos. Las dos discípulas del Maestro bajaban los peldaños del templo justo después de que el Maestro hubiera subido al estrado y estuviese preparado para hablar. Solíamos observarlas. Una de las devotas jóvenes afirmó ―y todos nosotros estuvimos de acuerdo con ella―: «¿Sabes? Cuando bajan los peldaños, no caminan. ¡Flotan!». En nuestra mente, los que estaban en torno al Maestro eran ángeles, precisamente como ha expresado el Hermano Anandamoy.

    Así que ésa era la imagen de ella que yo tenía en la mente, y mientras estaba limpiando la mesa ¡tenía gran cuidado en hacerlo suficientemente bien como para complacer a un ángel! Y, en efecto, poco después de que hubiera pasado Guruji, Mataji [1] entró en la sala de estar. Se acercó a donde yo estaba trabajando y se quedó allí de pie un momento. Me miraba mientras yo hacía mi trabajo, metiendo el trapo del polvo por entre cada pequeña hendidura. Después de un ratito me dio unas palmaditas en la cabeza y dijo: «¡Muy bien, querida, muy bien!». ¡Y sentí, oh, que había superado la prueba!».

    Y ésa era Ananda Ma. Era tan minuciosa porque, para ella, todo lo que hacía estaba al servicio de Dios mediante el servicio al Gurú. Cuando yo vine, ella tenía ya la responsabilidad de cuidar de las dependencias de Gurudeva y de todas las cosas que incluso un avatar necesita para vivir y desenvolverse en este mundo. Había asumido esas responsabilidades de manera tan discreta, callada y meticulosa. Algunas veces cocinaba para él. Cuando había algún invitado indio especial, el Maestro le hacía elaborar rasagullas, un dulce indio. «¡Nadie en la India puede hacerlos tan buenos!», decía con frecuencia.

    Toda su vida fue guru-bhakti (devoción a Dios en el gurú) a través del servicio al Maestro. Después de que Gurudeva hubiera abandonado su cuerpo, su guru-bhakti no acabó. No puedo decir si era un acto consciente o si era natural en ella debido a las palabras que nos había dirigido Gurudeva: «Cuando yo ya no esté en el cuerpo, esta organización será mi cuerpo. Así como me han ayudado y han servido a esta forma mientras estoy aquí, así han de servir a la organización». Sin perder el ritmo, Ananda Ma continuó prestando su servicio. Asumió más y más obligaciones en diversas áreas de la obra, siempre con el mismo diligente cuidado. Cuando la responsabilidad de la sociedad del Maestro recayó sobre los hombros de Daya Ma, Ananda Ma estaba ahí ―igual que había estado con Gurudeva― para ayudar en todos los aspectos, pequeños y grandes.

    Podías preparar un informe o una propuesta sobre algunos aspectos de la obra pensando que habías sido absolutamente concienzuda al enumerar todos los puntos que necesitaban ser tratados. Y cuando lo enviabas al despacho de Ananda Ma, ella podía añadirle ¡diez más! Pero eso era fruto de su devoción. Como Guruji solía decirnos: «Todo lo que merece la pena ser hecho, merece la pena ser bien hecho». Ella se tomaba esto muy en serio. En todo lo que hacía, entregaba el mil por ciento de sí misma al llevar a cabo sus responsabilidades. Guruji nos enseñó a todos a hacerlo así y ella, ciertamente, sobresalió en ello.

    Aplicaba esa minuciosidad y diligencia, por ejemplo, a la conservación de estos edificios, de estas casas de Dios, en donde Gurudeva había vivido y empezado su gran obra. Mount Washington, la ermita de Encinitas, el ashram de Hollywood, el Santuario del Lago…, si siguen estando tan hermosos es porque el mantenimiento estaba bajo su supervisión. No se debía a que «fueran unos bonitos edificios y resultara necesario conservarlos». Se debía a que eran parte de Gurudeva. Su cuidado se extendía a cualquier pequeño arbusto o árbol del jardín que agradara al Maestro y hubiera sido plantado por él; los protegía mucho. Su firme convicción y su incansable esfuerzo era: «Conservarlos durante tanto tiempo como la Naturaleza les permita vivir», porque eran parte de Gurudeva.

    Se ha dicho en varias ocasiones que Ananda Ma vivió su vida sobre todo en segundo plano. Sí, era muy callada. Pero en 1981, cuando hubo que atender muchos asuntos administrativos en la India y Ma no podía ir, nos envió a Ananda Ma y a mí. Durante aquella visita, ocurrió que el cuerpo de Ananda Ma se sintió mal, y los del Consejo Directivo de YSS estaban muy preocupados. Así que se decidió que fuera durante algún tiempo a una clínica de Calcuta donde pudiese tener unos días de descanso y ser sometida a algunas pruebas. Fuimos muy discretos respecto a eso, pues así podría tener intimidad y reposo.

    Cada tarde, después de los satsangas y las reuniones en el ashram, yo iba a la clínica a verla. Un día, algunos de los muy queridos y cercanos miembros habían descubierto dónde se hallaba, y cuando entré en la habitación, todo un grupo de devotos se encontraba reunido en torno a su cama. Allí estaba ella, incorporada, ¡dándoles el más hermoso satsanga que uno pueda concebir! Le pedían consejo y ayuda en sus problemas espirituales, y ella les ofrecía consejos maravillosos. Yo me quedé a la entrada, escuchando, durante cerca de una hora. ¡Era tan hermoso ver aquello! Me dije a mí misma: «Toda la sabiduría, todo el amor que lleva en su interior… ¡lo está vertiendo a raudales!». Después le dije: «Ahora, Ananda Ma, podrías ayudar con alguno de los satsangas». Bueno, ¡eso nunca ocurrió! Pero aquel día vi cuánto había en el interior de su alma…, cuánto acopio había hecho de Gurudeva y del amor de la Madre Divina. ¡Posiblemente fue el único satsanga que dio en esta vida!

    Una vida que es bien vivida en este mundo nos entrega algo a todos nosotros; y eso es sin duda cierto de la vida vivida por nuestra querida Ananda Ma, ejemplo de guru-bhakti. Y para rendir homenaje de verdad a lo que ella es ―no a lo que fue, sino a lo que es, porque siempre será una parte esencial de la obra de Gurudeva―, deberíamos recordar y aplicar su ejemplo: el guru-bhakti se entrega de la forma más elevada a través del servicio desinteresado a la causa. Han oído muchas anécdotas de cómo ella entregó su tiempo y energía sin reserva alguna. No importaba cuán grande o pequeña fuera la responsabilidad, o el problema, o la obligación, todo lo relacionaba con Dios y el Gurú…, así es como Ananda Ma vivió su vida. Tanto si trabajaba en las tareas administrativas como si desapercibidamente llevaba a lavar y pulir el auto de Gurudeva antes de que él tuviera que ir a dar alguna de sus conferencias en el oficio del templo, lo hacía siempre con la misma devoción, con el mismo cuidado.

    Cada uno de nosotros echará de menos su presencia física a su manera. Para mí fue una hermana, una honorable discípula que estuvo a los pies de Gurudeva, una mentora espiritual y un ejemplo. Siempre tendrá un lugar en mi corazón y en mi alma, de tal manera que sé que esta relación no comenzó en esta vida. El Maestro nos dijo a quienes nos hallábamos a su alrededor que habíamos estado juntos muchas veces con él en el pasado. Así pues, el vínculo está ahí, y la muerte no puede romperlo…, como tampoco puede romperlo en ninguno de ustedes. Siempre sabrán, cuando sirvan bien y de modo ejemplar, que están siendo ángeles del Maestro, como lo son Ananda Ma, Daya Ma y otros chelas de quienes el propio Gurudeva afirmaba: «Dios me ha enviado ángeles». Entonces, nos miraba a cada uno de nosotros y nos decía: «¡Ahora todos ustedes tienen que comportarse como ángeles!».

    Considero un honor haber podido decir siquiera unas pocas palabras de amor y reconocimiento por un alma tan querida y tan elevada a los ojos de Dios y del Gurú, y en amistad divina con todos nosotros. ¡Jai Gurú!

    Sri Daya Mata:

    Almas amadas, mi mente retrocede muchos años en el tiempo, a nuestros primeros días a los pies de nuestra madre. Ananda Ma y yo hemos estado juntas durante unos ochenta y nueve años. Yo era un poco mayor que ella…, la niña que siempre tomaba mi mano cuando íbamos a la escuela, siempre siguiendo los pasos de Daya Mata.

    Nunca soñé entonces que ellos la traerían también aquí. La primera vez que oímos a Guruji fue hablando en Salt Lake ante una enorme audiencia. Nuestra madre nos había llevado a su conferencia; y cuando estuvimos en el umbral de aquella inmensa sala y le vimos de pie, a lo lejos, todos sentimos en nuestras almas una profunda conmoción. Pocos meses después tuve la oportunidad de venir a Mount Washington; tenía diecisiete años. Nunca olvidaré el gozo y la paz que sentía en mi corazón. En aquel entonces, Ananda Ma tenía quince años; también ella anhelaba seguirle. Y fue en 1933 cuando se unió al ashram, como también lo hizo mi amado hermano Richard [2]. Con el paso de los años, Guruji reunió en torno a sí a todos los hijos de mi madre: Dick, Ananda Ma, mi hermano menor y yo. ¡Qué maravillosos recuerdos! Fueron días benditos, porque nos sentíamos muy inspirados por el ejemplo que teníamos ante nosotros.

    Su disciplina era firme, y Ananda Ma la seguía devotamente, con todo su corazón. Y al ser yo nombrada presidenta, ella me estuvo ayudando en todas mis obligaciones a lo largo de los años. Cuando viajaba por Europa, la India, México, Japón y otros países, ella estaba allí para ayudarme. Atesoro el recuerdo de aquel amor; atesoro el recuerdo de su amistad.

    Déjenme leerles una reflexión de su diario. El 11 de abril de 1950, escribió: «¡Vaya sorpresa! El Maestro me ha anunciado esta tarde que me había elegido para prestar servicios en el Consejo Directivo. Le he respondido que nunca hubiera esperado tal honor porque comprendía que sólo una persona por familia podía hacerlo y, naturalmente, lo lógico es que fuera Faye. Pero me ha dicho que él no sentía correcto el hecho de que yo no estuviera en el Consejo. Y durante la reunión con Rajarsi me ha designado. […] Me siento honrada de haber sido elegida, pero no me deleito en semejante gloria. Realmente, esas cosas no significan nada para mí.

    »El Maestro está absorto en profundos pensamientos. A través de él están siendo expresadas muchas verdades maravillosas: el porqué de nuestra existencia en este sueño de Dios. Se expresa tan claramente acerca de la vida que todos nosotros hemos venido a vivir aquí y a buscar a Dios, y la respuesta a por qué Él nos ha creado […]».

    Y luego, un poco más adelante, dice: «El Maestro estuvo hablando a algunos discípulos, y en el curso de la conversación manifestó: “Yo paso por las vidas de cada uno de ustedes. Los santos siempre han dicho que la devoción es lo primero que enternece a Dios. Busca siempre a quienes están dispuestos”. Yo soy uno de los que están dispuestos, y busco a Dios en la devoción». Estos pensamientos expresan claramente la manera en que Mataji vivía su vida.

    Éste es un día sagrado para mí. También es un día triste, porque echaré de menos a esa querida, queridísima hermana y amiga durante ochenta y nueve años. Pero me las arreglaré, ¡yo no me doy por vencida! Me siento humildemente conmovida por la forma en que han hablado de ella. Me han brotado las lágrimas. Que Dios bendiga a cada uno de ustedes. Y les pido una cosa a todos: ¡Permitamos que esta ocasión nos cambie! Los ejemplos de las vidas santas se proponen cambiarnos a nosotros, no a cualquier otro. Pregúntate: ¿Soy afectuoso? ¿Soy amable? ¿Soy pacífico? ¿Irradio compasión y amor? Así era el Maestro; esto es lo que nos han enseñado todos los que se han ido antes que nosotros ―Rajarsi, Gyanamata, Durga Ma, el Dr. Lewis y otros― y ahora nuestra amada Ananda Ma. Ninguna estrechez de miras… y siempre pensando: «¿Qué puedo hacer para servir?». El mayor gozo que ella conoció, el mayor gozo que todos nosotros conocimos fue servir sin egoísmo…, jamás con el pensamiento de yo-mí-mío. «Cuando este yo muera ―como decía el Maestro―, entonces sabré quién soy». Así era Mataji. Nunca pensó en sí misma en primer lugar. Siempre estuvo sirviendo al Maestro, cuidando de todo, sirviendo a su obra; y, con su dulce y afectuosa manera, sirviendo a su hermana, Daya Mata.

    Gracias por rendirle este hermoso homenaje. Que Dios los bendiga a todos.

    [1] Durante su vida, Paramahansaji se refería con frecuencia a Ananda Mata como «Mataji», palabra sánscrita que significa «honorable madre».

    [2] C. Richard Wright, que sirvió como secretario de Paramahansa Yogananda durante su visita a la India en 1935-36, tal como se describe en Autobiografía de un yogui.

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