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Binayendra Narayan nació el 4 de mayo de 1911 en Banda, Uttar Pradesh (India). Fue hijo de Sri y Srimati Gokul Prosad Narayan Dubey. Abandonó su cuerpo como Swami Shyamananda Giri el 28 de agosto de 1971 en la Sede Internacional de Self-Realization Fellowship/Yogoda Satsanga Society of India, Los Ángeles (California). Lo que sucedió entre ambas fechas es ahora más que historia: es un legado de fe, fortaleza, dedicación, altruismo e inspiración para quienes le conocieron y para las generaciones futuras que le conocerán a través del monumento imperecedero constituido por su vida y sus hechos.

Su propia estatura y apariencia imponían respeto; tenía aptitudes para ejercer el liderazgo y la autoridad. El mundo se hizo a un lado y le otorgó ambos sin vacilación ni cuestionamiento. Aquellos a quienes reveló su ser interior le entregaron también un amor incondicional. Y, de hecho, a medida que iba transcurriendo su vida, el ser interior se convirtió en la totalidad de su ser.

«No es un niño común, no pertenece al mundo ordinario. El curso de su vida está fijado; dejadle seguir su camino». Estas palabras proféticas fueron pronunciadas por la madre de Binayendra antes de morir, abandonando tras de sí al pequeño hijo de tres años y dos hijas de mayor edad. ¿Había vislumbrado el futuro de su hijo? ¿O simplemente había observado cómo el chiquillo, en cuanto pudo andar, se dirigía espontáneamente a los alrededores de un templo cercano?

«Yo era demasiado pequeño para comprender por qué me atraía el templo ―rememoraba Shyamanandaji en sus últimos años―. Sólo sabía que, cuando estaba allí, me sentía como en casa. Pero descubrir mi ausencia era motivo de ansiedad para mi familia, lo que con frecuencia me granjeaba una reprimenda y algún que otro cachete. No resultaba agradable, pero eso no hacía que cambiara mi costumbre». «Dios está en todas partes». Esta verdad de las escrituras védicas tuvo un profundo efecto en el pequeño Binayendra. «Solía pasearme mirándolo todo con anhelo ―los árboles, los pájaros, el cielo―, intentando ver a Dios allí ―recordaba Shyamananda―. Miraba detenidamente una flor y preguntaba: “Señor Krishna, ¿estás ahí?”.

»Lo que más me gustaba de niño era escuchar relatos de las escrituras», continuó Shyamanandaji. Para él, todos los ideales y moralejas se convirtieron en ley. Los héroes de las escrituras y los avatares eran tan reales para él como sus compañeros de juegos de la infancia. Un día, después de asistir a la clase del jardín de infancia, Binayendra se quedó solo y estuvo jugando en el patio de la pequeña escuela. Empezó a caer la tarde. «En aquellos días, allí no había alumbrado ―contaba Shyamanandaji―, pero de pronto observé que toda la zona se iluminaba. En medio de la luz vi a Hanuman. Supongo que la mayoría de los niños se habrían asustado al ver la figura de un mono tan grande, y habrían huido. En cambio, a mí me produjo una sensación muy grata y comencé a caminar lentamente hacia él. Entonces la imagen empezó a difuminarse poco a poco en la luz, y la luz se desvaneció a su vez junto con la forma. El efecto edificante de aquella visión permaneció mucho tiempo en mí». Hanuman es la deidad-mono bien conocida y amada en la India por sus actos heroicos, relatados en la gran epopeya de Valmiki, el Ramayana. Hanuman simboliza al devoto perfecto. Por sí mismo es un indefenso e ignorante monito, pero cuando toma el nombre de Dios para cumplir una tarea asignada por la Divinidad, se convierte en un gigante; su destreza no tiene parangón, nada le es imposible. Los tremendos logros de Shyamanandaji, inspirados por su devoción a Dios y a su gurú, Paramahansa Yogananda, hicieron que Sri Daya Mata se refiriera a él en algunas ocasiones como «el Hanuman de Paramahansaji».

Cuando Binayendra era un muchacho de nueve años, murió su padre. Entre éste y Raja Bahadur Sati Prosad Garga, un entrañable amigo de su padre, siempre había existido el acuerdo de que si algo le ocurría a uno de los dos, el otro se ocuparía de los hijos del fallecido. Así pues, Binayendra se fue a vivir con la familia Garga en su enorme propiedad situada en Mahishadal, en el distrito de Midnapur, cerca de Calcuta. El niño «adoptado» fue amado y educado como el hijo mayor de la familia.

Swami Shyamananda Giri
Swami Shyamananda Giri (1911–1971)

El joven idolatraba a su nuevo padre, Raja Garga, adoración que, según se nos dice, bien merecía. Era un hombre de carácter noble, de habilidades y logros extraordinarios, muy versado en los shastras (las escrituras hindúes) y en la antigua literatura sánscrita de la India. Uno de sus más íntimos amigos, Sri Ram Dayal Muzumdar, hermano de Sri Ram Gopal Muzumdar [1], era un destacado discípulo de Lahiri Mahasaya, precursor del Kriya Yoga. Shyamanandaji se preguntaría más tarde, al mirar atrás, si en realidad Raja Garga quizás había sido también un kriya yogui.

Sri Ram Dayal Muzumdar, una persona espiritual sumamente apreciada, había sido director ―ya estaba retirado― del Sanskrit College. Su traducción del Bhagavad Guita (del sánscrito al bengalí), con comentarios, fue el primer texto de esa sagrada escritura que leyó el muchacho Binayendra. Se habló de la posibilidad de que el erudito se convirtiera en el tutor del chico, pero Binayendra era todavía demasiado joven y aún se encontraba realizando los estudios primarios. Sin embargo, Sri Ram Dayal ejerció una profunda influencia espiritual sobre el joven y alentó su naturaleza claramente religiosa. Shyamanandaji nos explicó: «No supe que él estaba conectado con el linaje de Gurús de Self-Realization/Yogoda hasta años más tarde, cuando entré a formar parte de la obra de Yogoda Satsanga Society. Me sorprendió ver su nombre en el acta de la Society, en 1919, como miembro del equipo directivo de la escuela de Ranchi, junto con el del Maestro [Paramahansa Yogananda], Sri Yukteswarji y otros».

Un venerable sadhu, Govinda Brahmarshi, visitó la casa familiar cuando Binayendra tenía once años. El santo mostró vivo interés por ese joven de temperamento espiritual. Resultaba obvio que también el sadhu consideraba que no era un niño común y corriente. «Yo anhelaba profundamente abandonar las metas del mundo e irme con aquel santo ―recordaba Shyamanandaji―, pero él me dijo: “Tu tiempo aún no ha llegado”. Cuando se marchó, me quedé con el corazón destrozado. Y cuando se acercaba el momento en que tenía que regresar, recibimos la noticia de que había abandonado su cuerpo».

Los Garga eran entonces una de las familias dirigentes de la India; poseían y gobernaban unos quinientos pueblos. La educación de Binayendra incluía el aprendizaje de las tareas administrativas y del protocolo correspondiente a su estatus de «príncipe» de aquella heredad. En cuanto a su formación académica, se especializó en historia mundial, y finalmente, al llegar a la edad adulta, se propuso convertirse en abogado. La brillante inteligencia innata de que gozaba, su memoria extraordinaria y una fuerza de voluntad inquebrantable le permitieron sobresalir en todo lo que se propuso, ya fuera en los estudios, en los deportes o cazando tigres en la jungla.

Con el tiempo, contrajo matrimonio con la joven hija de la familia, Shantana, que se caracterizaba por su buen criterio, notable combinación de fortaleza y suavidad. Era igual que él mental y espiritualmente. La reverencia y devoción con que él la contemplaba era quizá una de sus cualidades más admirables, una cualidad poco común, al menos, en la relación marido y mujer. A menudo decía de su esposa: «Era excepcional. ¡Yo no estaba a su altura!». Su matrimonio fue bendecido con dos hijas, Dipti Moyee Debi y Priti Moyee Debi, a las que cariñosamente llamaba Mira y Minu.

Binayendra tenía todo lo que la mayoría de los hombres anhela en la vida. No obstante, de aquellos días comentaba: «Siempre fui un inadaptado. No pertenecía realmente a ninguna parte. Había algo más que siempre tiraba de mí». Así se siente el alma que ha sido tocada por Dios para llevar a cabo un deber más elevado en la vida. Pero nunca permitió que los lamentos o la pesadumbre ocuparan un lugar en su existencia, ni siquiera momentáneamente. Su filosofía no aceptaba esta o ninguna otra forma de negatividad. «Creo que hay que ser siempre positivo, y estar alegre, y cualquiera que sea la tarea que uno haya de llevar a cabo ¡debería realizarla bien!». Eso fue lo que profesó a lo largo de su vida.

Sri Daya Mata Places Tilak
Sri Daya Mata deposita tilak (una señal de bendición espiritual) en la frente de Swamiji, Ranchi, 15 de marzo de 1968.

Shantana debió de sentir a menudo que, con su marido, tenía que «agarrar el toro por los cuernos». Era un inconformista en cuanto a las cuestiones sociales; un brahmin sumamente ortodoxo que no quería (en realidad, no podía) tomar siquiera una gota de agua o una pizca de alimento como no fuese en las condiciones prescritas en las escrituras; y aplicaba tal voluntad y entusiasmo a todo lo que hacía que la mayoría de las veces lo llevaba al extremo. En una ocasión estuvo a punto de morir al tratar de probarse a sí mismo que podía ayunar tanto como había logrado ayunar Mahatma Gandhi. Durante sus ayunos, Gandhi solía beber agua suficiente y permanecía relativamente inactivo. Binayendra no sólo dejó de comer sino también de beber y, además, mantuvo su ritmo normal de estudios y actividades deportivas bajo el ardiente sol de la India…, todo ello sin permitir que nadie de la familia supiera lo que estaba haciendo. A los nueve días, el criado que había estado cooperando con él en el intento observó que empezaba a desfallecer. Alarmado, se lo comunicó a Shantana, que convenció a su marido para que tomara alimento; a raíz de lo cual rompió su extremo ayuno con una comida enorme formada por varios litros de leche y un gran montón de chapatis (pan indio frito). Más tarde confesó que había sido la única vez en su vida ¡que había sentido una ligera indigestión!

Pero, según se nos cuenta, Shantana nunca se desanimaba: estaba a la altura de cada uno de los desafíos que él le lanzaba. Sonreía silenciosamente ante su negativa a integrarse en la «élite social». Una noche, mientras dormía, le cortó de un tijeretazo el mechón en forma de penacho propio de un brahmin ortodoxo (él nunca le dijo que se había dado cuenta de que ya no lo tenía, pero tampoco se lo dejó crecer de nuevo), y cuando sentía que su tenaz marido había ido demasiado lejos en algo, «le plantaba cara», y entonces él capitulaba. Algunos de los momentos más felices que pasaron juntos lo fueron hablando de filosofía, un tema en el cual, en la India de entonces, se consideraba que las mujeres no estaban muy bien informadas. «Además de su profunda comprensión, mi esposa tenía también memoria fotográfica. Podía dar un vistazo a cualquier página de un libro, o de las escrituras, y recitarlo luego palabra por palabra. Incluso en eso podía superarme», comentó Shyamananda en reverente remembranza de su esposa.

Cuando Shantana tenía solo veinte años, falleció tras una larga enfermedad. «No podía sentir dolor alguno ―explicó Shyamanandaji―, porque mi corazón estaba demasiado lleno». Su esposa le había dicho: «Sé que ésta no va a ser tu forma de vida. Yo no seré un obstáculo, ni te retendré durante mucho tiempo. Teníamos que representar nuestro papel en este drama, pero ahora ha de terminar, y yo debo dejarte libre».

Eso fue en 1936. La búsqueda de Dios y de la verdad se convirtió para Shyamanandaji en el único objetivo de su vida. Una cuñada comprensiva se hizo cargo de sus hijas, liberándolo así de esa preocupación. Abandonó a su familia y pasó la mayor parte de los siguientes veintitrés años en ashrams de la India y peregrinando a sus lugares sagrados. Se acercó a los santos y a los instructores sagrados más famosos de la India de aquellos tiempos. Muchos desearon aprovechar su devoción y sus aptitudes tanto en beneficio de su búsqueda espiritual como en el crecimiento de sus instituciones. Con la mayor veneración por todos ellos, sirvió con amor en todo lo que pudo (construyó un ashram para un santo sabio y vivió allí casi diez años); pero nunca tomó diksha (la promesa que establece formalmente la relación gurú-discípulo), ni adoptó camino alguno. «Todavía estaba buscando ese algo más ―explicaba Shyamanandaji―. Es extraño. Mi búsqueda comenzó cuando el Maestro [Paramahansa Yogananda] estaba en la India, en 1935-36. Yo me hallaba en Puri en 1936, mientras él estaba allí de duelo por el fallecimiento de Sri Yukteswarji. Sin duda no llegué a encontrarme con él por poco en varias ocasiones. Si lo hubiera conocido entonces, mi búsqueda habría terminado cuando empezó; pero no iba a ser así».

En Mahishadal, Binayendra Narayan construyó una hermosa escuela universitaria en memoria de su esposa. Y en la última parte de aquellos veintitrés años, él y otros cuatro amigos se plantearon la posibilidad de fundar un sanatorio para la tuberculosis, que era muy necesario. Eligieron la llanura de Giridanga, en la parte oeste de Bengala, de clima saludable; llamaron a la institución Niramoy («sanación»), y se propusieron convertir su sueño en realidad. Entre ellos reunieron una importante suma de dinero, que gastaron rápidamente en la impresión y distribución de un folleto en el que se anunciaba el magnífico proyecto. Fe, determinación, trabajo duro ―el sello de la vida de Swami Shyamananda Giri― trajeron recompensa. Los donativos llegaron desde todos los rincones de la India. Hoy en día, el sanatorio, con instalaciones quirúrgicas y una clínica exterior de tórax es una institución modelo. La antigua Primera Ministra de la India, Indira Gandhi, presidió el Consejo General. La institución tiene dos clínicas torácicas filiales, y recientemente se inauguró en Calcuta una gran policlínica de quince plantas, todas ellas construidas con ayuda de Shyamananda. Es una institución benéfica; atiende tanto a pacientes que no tienen recursos como a los que sí tienen.

En 1946, Shyamanandaji hizo una peregrinación a Rajgir y Bodh Gaya, lugares santificados por la ferviente búsqueda de la verdad de Gautama Buda y su iluminación final bajo las extensas ramas del árbol Bodhi. Shyamanandaji había pasado la mayor parte de aquel día meditando bajo ese árbol en Bodh Gaya y caminando entre las ruinas de los templos y monasterios de la cercana Rajgir. A última hora, se retiró a su habitación en una casa estatal de huéspedes de Rajgir. Hacia las dos o las tres de la madrugada, se despertó repentinamente y saltó de la cama al ver una hermosa luz azul en la habitación. Relata así la experiencia:

«Procedía de un ángulo de la habitación, una luz azul oscuro; luego, toda la habitación quedó llena de esa luz. En el rincón, la luz azul empezó a girar. Apareció un rostro, después el busto y finalmente la forma entera. El rostro era tan sereno, tan dulce…, ¡oh, tan dulce! Pensé: “¿Quién puede ser? ¿Buda? ¿Shiva? No, este personaje divino no tiene las alargadas y perforadas orejas de Buda, ni su pelo corto y rizado. Tampoco tiene el collar de serpientes [2] ni el largo cabello enmarañado de Shiva. El rostro es hermoso y sereno como los suyos, pero éste tiene el cabello recogido hacia atrás”. Me habló y me dio un mantra [3]. Fue una experiencia maravillosa. Durante los siguientes doce años siempre estuve buscando ese rostro.

At A Banquet At India Hall
En un banquete en el India Hall, Templo de Hollywood, 1969

»En 1958 decidí que iba a tratar de encontrar un ashram tranquilo cerca de Calcuta donde poder retirarme de mis responsabilidades y meditar. Había oído hablar de Yogoda Math, que estaba a poca distancia del templo de Kali en Dakshineswar. Fui allí y descubrí que estaba realmente aislado; no tenía muchos visitantes y se encontraba maravillosamente situado a orillas del Ganges. Hablé con uno de los monjes sobre la posibilidad de alojamiento. Me habló de su fundador y me mostró su libro, Autobiografía de un yogui. Compré el libro y me marché.

»Yo era escéptico acerca de un yogui que hubiera escrito su autobiografía y, en particular, acerca de uno que hubiese pasado muchos años en Occidente. Pero a medida que pasaba las páginas distraídamente, vi que no era un texto común. Cualquiera que fuese el pasaje que leyera al azar, contenía vitalidad espiritual y verdad.

»Pero imaginen mi asombro cuando abrí la página en la que aparece la ilustración de Mahavatar Babaji. “¡Es él! ―exclamé―, el de la visión, el que he estado buscando durante todos estos años! ¿Puede ser? ¿O sólo lo estoy imaginando?”».

Entonces recordó que el monje del Yogoda Math le había dicho que estaban haciendo preparativos para la visita de la presidenta de la sociedad de Paramahansa Yogananda, que venía de Estados Unidos. También recordó el escepticismo con el que había reaccionado. «¿Un líder espiritual americano? ¿Y mujer, encima? ¡Qué absurdo!». Tales eran sus pensamientos. Sin embargo, se sintió atraído sin saber por qué. Y a los pocos días se encontró hablando con Sri Daya Mata. «Cuando regresé de aquella entrevista, supe que ella acababa de proporcionarme el elemento que faltaba en mi sadhana. Yo había estado siguiendo el camino del Guiana Yoga, inspirado en el ilustre ejemplo de Swami Vivekananda; pero mi propio sadhana permanecía seco y vacío. Ma me indicó que debía cultivar más la devoción, cultivar más el amor y el anhelo por Dios. Mi corazón empezó a llenarse, y supe que ella tenía razón. ¡Qué extraño! Aquel primer encuentro con Ma tuvo lugar exactamente el mismo día en el que, doce años antes, había tenido la visión de Babaji en Rajgir. Sentí que mi búsqueda había terminado».

No obstante, la duda le presentó batalla. Toda su vida y su búsqueda se echarían a perder si ahora fuera inducido a error por el engaño. Se mantuvo a distancia. Iba al ashram a meditar tranquilamente, y luego se retiraba discretamente. Incluso a veces trató de mantenerse alejado durante largos períodos. Pero cuando regresaba, se veía envuelto por la misma seguridad colmada de paz. Sri Daya Mata, por su parte, ya lo había singularizado de entre la multitud como un alma sobresaliente entre todas las que había encontrado en la India, que buscaba profundamente a Dios.

Viajó a Ranchi cuando Daya Mata fue a visitar el lugar de la India en el que se había iniciado la obra de Paramahansaji con una floreciente escuela para niños. Ambos mantuvieron largas e íntimas conversaciones sobre la obra. Daya Mata le abrió su corazón y le confió el dolor que sentía al encontrar la obra de su gurú en la India gravemente descuidada y deteriorada…, era una institución moribunda. Sintió que encontraba vivo eco en él y una comprensión entusiasta.

También acompañó al grupo de Sri Daya Mata al ashram de Yogoda Satsanga que Swami Sri Yukteswar había fundado en Puri. Si alguna duda quedaba en la mente de Shyamananda, en aquel viaje se disipó para siempre.

El templo de Jagannath en Puri es considerado como uno de los más sagrados de la India. Ocupaba un lugar de especial veneración en el corazón de Shyamananda. Había peregrinado allí muchas veces, y sus meditaciones en su sagrado entorno habían sido siempre profundamente bendecidas. Por concesión especial otorgada por Su Santidad Sri Shankaracharya Bharati Krishna Tirtha [4] Sri Daya Mata fue la primera estadounidense a quien se permitió entrar en el templo de Jagannath [5] Shyamananda formaba parte de su grupo aquel día.

En Route To Dwarahat In The Himalayan Foothills
En ruta hacia Dwarahat en las estribaciones del Himalaya, Sri Daya Mata y Swami Shyamananda saludan cordialmente a unos montañeses, diciembre, 1963.

Mientras Daya Mata meditaba ante el altar ―en el cual se encuentran las imágenes de Krishna en su aspecto de Jagannath o Señor del Universo, su hermana Subadhra y su hermano Balarama― entró en profundo éxtasis, olvidando por completo todo cuanto había a su alrededor. Shyamanandaji relata así su propia experiencia de aquel momento:

«Me quedé en pie a un lado, a cierta distancia, apoyado contra la pared, observando a Ma en meditación. De pronto, su forma empezó a desaparecer en la luz. Miré la imagen de Jagannath en el altar, luego de nuevo a Ma, y otra vez al altar; lo hice varias veces, girando repetidamente la cabeza de un lado a otro para asegurarme de que no lo estaba imaginando. ¡Supe que eran Uno! Aquella experiencia continuó durante mucho tiempo. Luego, poco a poco, la forma de Ma empezó a reaparecer. Al cabo de un rato, se levantó y abandonó el templo. Al hacerlo, observé que había dejado caer su pañuelo ocre. Me preguntaba por qué los que la acompañaban no lo habían recogido. Yo era sumamente reacio a tocarlo. En aquel lugar sagrado, habiendo sido testigo de lo que acababa de presenciar, aquel pañuelo era un símbolo. Recogerlo era como comprometerme ante el Señor, como enarbolar el estandarte que ella portaba. Yo nunca me había comprometido con nadie ni con organización alguna. Sin embargo, no podía dejarlo allí en el suelo. Miré al altar desesperadamente y oré: “Señor, ¿qué estás haciendo? ¿Qué me estás pidiendo?”. Y finalmente dije: “Dejemos que sea lo que tenga que ser, ¡oh Señor!”. Recogí el pañuelo y se lo llevé fuera a Ma».

Sri Daya Mata With Swami Shyamananda And Sri Banamali Das
Sri Daya Mata con Swami Shyamananda y Sri Banamali Das, antiguo vicepresidente de YSS y uno de los amigos de toda la vida de Swamiji.

Sri Daya Mata apenas se había dado cuenta de haber dejado caer el pañuelo, ni de la reticencia de él a recogerlo. También ella comprendió que era un símbolo. Cuando se lo entregó, fue una confirmación de lo que ella ya sabía: Dios lo había elegido a él para ayudarle a reconstruir la obra de su gurú en la India.

Un acto simbólico similar como el de «recoger el estandarte del Gurú» había ya tenido lugar años atrás en la vida de Shyamananda. Durante la festividad de Durga Puja [6] en 1930, el joven Binayendra y algunos de sus amigos íntimos estaban de vacaciones. La familia de Sri Banamali Das [7], uno de los amigos de toda la vida de Swamiji y de los más queridos, había alquilado un bungalow en Ranchi durante un mes, y los ilusionados muchachos se unieron a ella como invitados. El bungalow era propiedad del Maharajá de Kasimbazar, hecho que desconocían los jóvenes turistas, y había sido utilizado una vez por la escuela Yogoda de Paramahansa Yogananda, pero fue desocupado en 1929 porque la escuela requería un lugar más amplio. «Cuando llegamos allí ―indicó Shyamananda―, observé que había en el suelo un letrero de Yogoda. Estaba cubierto de suciedad y las hormigas blancas se lo estaban comiendo. Nunca he podido soportar ver que algo se esté deteriorando, aun cuando no me pertenezca. Además pensé: “Esto ha debido de ser alguna institución espiritual; no está bien que este letrero se quede en el suelo y la gente lo pise”». Así que recogió el letrero, le quitó la suciedad y las hormigas, y lo apoyó contra un árbol: su primer amable acto de servicio a su gurú, aunque inconsciente. 

Mientras Shyamananda estuvo en Puri con Sri Daya Mata, él le pidió que le otorgara diksha [8]. La ceremonia tuvo lugar en el templete conmemorativo erigido por Paramahansaji sobre el lugar donde había sido enterrado Swami Sri Yukteswarji, en los terrenos del ashram de Yogoda. Shyamananda fue la primera persona en la India que recibió diksha de Sri Daya Mata. Fue el comienzo: una chispa de vida volvía a surgir en la obra de Paramahansa Yogananda.

Antes de que Sri Daya Mata abandonara la India al finalizar su visita de 1958-59, el entonces Sr. B. N. Dubey fue elegido para formar parte del Consejo Directivo, y se convirtió en Secretario General de Yogoda Satsanga Society of India. Más tarde, también fue elegido para formar parte del Consejo Directivo de Self-Realization Fellowship, la Sede Internacional. A lo largo de los años siguientes, Daya Mata le animó con frecuencia a que tomara la iniciación formal en sannyas (los votos de renunciante de un swami). Él había hecho los votos informalmente en la Kumbha Mela de 1938. Lo rechazó repetidamente aportando esto como razón: «He visto cuán fácilmente puede uno echarse a perder por los títulos, en particular en la India, en donde hay tanta reverencia por cualquiera que vista la túnica ocre de renunciación. Déjeme primero trabajar y ponerme a prueba; luego, lo que Dios quiera». Después de algún tiempo, consintió humildemente en recibir de Sri Daya Mata el título de Yogacharya (instructor de yoga). Entonces se le conoció como Yogacharya Binay Narayan, hasta que se convirtió en swami. El 10 de octubre de 1970, Sri Daya Mata le otorgó la iniciación formal de sannyas en la rama Giri de la antigua Orden de los Swamis, a la que perteneció Paramahansa Yogananda y a la que pertenecen sus discípulos sannyas. Daya Mata le confirió el nombre de Swami Shyamananda Giri.

Sri Daya Mata Sri Mrinalini Mata And Swami Shyamananda With Faculty Of The Yogoda Schools In Ranchi
Sri Daya Mata, Sri Mrinalini Mata y Swami Shyamananda con el profesorado de las Escuelas Yogoda en Ranchi, 1968

Shyamanandaji sirvió durante doce años a la obra del Gurú desinteresada e incansablemente y con una entrega total. Gracias a sus esfuerzos, de una institución en ruinas empezó a surgir la realización de los más nobles sueños que Paramahansaji había albergado para Yogoda Satsanga Society, sueños que Sri Daya Mata le había prometido a Paramahansaji que ayudaría a hacerlos realidad. Dios había inspirado a alguien que estaba singularmente cualificado para ayudarla en esta tarea colosal. Respaldado por la guía y las bendiciones de Sri Daya Mata y sus tres visitas posteriores a la India, que aportaron gran inspiración e impulso a la obra, Shyamanandaji trabajó con éxito para ayudar a revitalizar el espíritu moribundo en los ashrams existentes y en la escuela de Ranchi. Fundó nuevas escuelas, tanto en Ranchi como en otros lugares. Viajó por toda la India difundiendo el mensaje del Gurú, fundando centros de Yogoda y grupos de meditación. Entre 1968 y 1971 realizó un total de cuatro viajes a la Sede Internacional de SRF/YSS en Los Ángeles con el fin de promover la obra en todo el mundo. En esos viajes, visitó a los miembros de diversos centros en varias partes del mundo para ayudar a difundir el mensaje de Paramahansa Yogananda.

Nunca supo lo que era descansar el cuerpo. De hecho, era tal su entusiasmo y dedicación que nunca sintió la necesidad de ser ayudado en sus obligaciones. «¿Dónde puede uno encontrar mayor rejuvenecimiento del cuerpo y del alma que sirviendo a Dios y al Maestro? ―se le oía decir con frecuencia―. Cuando estoy hablando de Dios y trabajando para Él, me encuentro lleno de su vida». El crecimiento de la obra que tuvo lugar durante aquellos años no estuvo exento de reveses, oposición e incontables obstáculos. Pero Dios le había dado a Shyamanandaji la vitalidad y sabiduría necesarias; nunca habría sido logrado por alguien de menor receptividad y estatura espiritual.

Sri Daya Mata And Swami Shyamananda During Tour Of South India
Sri Daya Mata y Swami Shyamananda en Chennai durante una visita al sur de la India, 1968

«No viviré más allá de los sesenta años ―había afirmado en varias ocasiones―. Tengo que motivarme a mí mismo y a los que me rodean para lograr realizar el trabajo de muchos años en unos pocos. Lo que no haga ahora por el Maestro, no podré hacerlo más tarde. Puede que Dios no me dé más oportunidades».

Su filosofía de servicio se resume en estas palabras suyas: «Trabajar para Dios es un acto de adoración. Mi determinación es seguir trabajando. Sé que en el trabajo está la salvación y la liberación. Al rendir culto de otras maneras, la mente puede divagar y no estar siempre con Dios y el Gurú. Pero en el trabajo, siempre hay una parte de mí que está allí con Ellos. Si mantengo la mente, las manos, los pies ―todo― trabajando para Ellos, entonces, aun cuando la mente divague, las manos y los pies están ocupados para Ellos. Yo anhelaba con frecuencia estar libre de ocupaciones para no hacer otra cosa más que meditar. Pero si fuera solamente a meditar y la mente se distrajera de Dios, en esos momentos estaría separado de Él al cien por ciento. Pero si estoy trabajando para Dios y para el Maestro y mi mente divaga, todavía hay un porcentaje de mí que está con Ellos. Ése, según pude darme cuenta, es el secreto del Karma Yoga. Y por eso sé que trabajaré para el Maestro mientras quede una gota de sangre en mis venas. ¡Estoy convencido de que en esta obra se encuentra mi salvación!».

Sri Daya Mata Drapes The Ocher Cloth Of Sannyas On Swamiji 1970
Sri Daya Mata envuelve a Swamiji con la túnica ocre de los sannyas, 1970

Mantuvo esa promesa como pocos hombres habrían sido capaces de mantener. En sus últimos días, cuando la funesta enfermedad le privó literalmente de toda fuerza y vitalidad, siguió prestando servicio: dictaba cartas y las firmaba, y daba directrices para el trabajo en la India. Era poco menos que milagroso para los médicos que lo atendían. Y en los últimos días, cuando apenas le quedaban fuerzas, pidió ver a algunos devotos del ashram para poder hablar con ellos y moverlos a enarbolar bien alto el estandarte de la obra del Gurú, así como él se había esforzado tanto por hacerlo. Su oración a Dios era: «Señor, si es tu voluntad que yo abandone el cuerpo ahora, concédeme este ardiente deseo: ¡que regrese rápidamente a este mundo para continuar sirviendo en la obra de mi maestro!».

La enfermedad no afectó a su conciencia. Siempre estuvo alegre, positivo, lleno de fe y de amor divino; y, por encima de todo, completamente entregado a la voluntad de Dios, la Madre Divina, a quien tanto había amado y venerado a lo largo de su vida. Durante aquel período tuvo maravillosas experiencias espirituales, tales como una gozosa comunión con la Madre Divina y con el Gurú, y la bendición de la presencia de Babaji en al menos dos ocasiones conocidas. Estuvo plenamente consciente hasta que exhaló su último aliento. Apenas cuatro horas antes del momento místico de la cita divina, reunió las pocas fuerzas que le quedaban para hacer un gesto de adoración, un pranam [9], mientras le cantaban al oído oraciones a Dios y al Gurú.

«Desde que era pequeño, con frecuencia me venía a la mente la difusa visión de un lugar que era mi morada ―le contó Shyamananda a Sri Daya Mata unas semanas antes de su deceso―. Siempre creí que algún día lo encontraría. Podría estar en el Himalaya, cerca de Badrinath, más allá de aquellos senderos [10]. A menudo sentía gran anhelo por encontrarlo. Allí establecería un pequeño lugar donde podría estar en meditación solo con Dios, y pasar mis últimos días. Nunca encontré mi morada, pero está allí…, en algún lugar ¡más allá de aquellos senderos!». 

Quizás, después de todo, su morada no se hallaba en este plano terrenal. Tal vez ahora la ha encontrado y está recogido allí con su amado Dios, en meditativo reposo, descansando al fin de sus responsabilidades. Pueda ahí en ese lugar, renovarse y elevarse espiritualmente, y prepararse para el momento en que Dios le conceda su deseo de retornar una vez más, en una nueva forma llena de vitalidad, para servir a la obra de su gurú en la tierra.

Sri Daya Mata And Swami Shyamananda Stand In Silent Prayer At The Conclusion Of Swamijis Sannyas Vow Ceremony
Sri Daya Mata y Swami Shyamananda permanecen en oración silenciosa al finalizar la ceremonia de pronunciación de los votos de sannyas de Swamiji.

Una tarde, unas tres semanas antes de su fallecimiento, Shyamanandaji se sintió inspirado para componer estas líneas en bengalí, que él mismo tradujo luego al inglés:

«En la mañana de la vida, el alma viaja en un carro ardiente. Cuando llega al atardecer de la vida, ¿qué es lo que ve?: ¿el polvoriento cielo dejado atrás?, ¿¡o el brillante horizonte que le llama a seguir adelante!?».

Quienes conocieron y amaron a Swami Shyamananda Giri no tienen la menor duda de que su espíritu indomable mira sólo el brillante horizonte que le llama a seguir adelante.

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[1] El «santo que no duerme», que le otorgó una bendición especial al joven Paramahansa Yogananda en su última escapada al Himalaya en busca de la unión con Dios. En aquella ocasión, Ram Gopal también le habló a Paramahansaji de su primer encuentro con el inmortal Mahavatar Babaji. (Véase el capítulo 13 de Autobiografía de un yogui). 

[2] Símbolo de autodominio, control de la fuerza vital. Entre los muchos nombres del Señor Shiva se encuentra el de «Rey de los yoguis».

[3] Potente canto vibratorio. La traducción literal de mantra en sánscrito es «instrumento de pensamiento».

[4] Jefe espiritual del Math de Gowardhan, fundado en Puri en el siglo IX por Sri Shankara, el mayor filósofo de la India y reorganizador de la Orden de los Swamis.

[5] Desde su fundación, hace varios siglos, el templo había estado cerrado a los no hindúes y a los occidentales. Esta restricción había sido levantada coincidiendo con la visita de Sri Daya Mata a Puri. Poco después, la restricción se volvió a establecer. 

[6] «Adoración de Durga», un festival en honor a Dios en su aspecto de Madre Divina.

[7] Sri Banamali Sri Banamali también llegó a ser miembro de Yogoda Satsanga Society of India. Fue miembro del Consejo Directivo de YSS y, tras el fallecimiento de Swami Shyamananda Giri, se convirtió en Secretario General Adjunto, junto con Swami Shantananda. Más tarde, entre 1975 y 1984, prestó servicio como Vicepresidente.

[8] Iniciación espiritual. De la raíz del verbo sánscrito diksh, dedicarse uno mismo.

[9] Literalmente, «salutación completa», de la raíz sánscrita nam, saludar o inclinarse, y el prefijo pro, completamente. Las manos se mantienen con las palmas juntas, a la altura del corazón.

[10] Referencia a los desgastados senderos que recorren los peregrinos a Badrinath, uno de los lugares más sagrados de peregrinación de la India. Los lectores de Autobiografía de un yogui, de Paramahansa Yogananda, puede que recuerden que Swami Pranabananda, al renacer, había partido para Badrinarayan (cerca de Badrinath) y allí se unió al grupo de santos que rodean al gran Babaji.