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    Recopilación de charlas impartidas por Sri Daya Mata que fueron publicadas originalmente en la revista Self-Realization. Sri Daya Mata fue presidenta y sanghamata de Self-Realization Fellowship desde 1955 hasta su fallecimiento en 2010.

    A lo largo de la historia, la raza humana ha atravesado innumerables crisis, y estos conflictos se repetirán una y otra vez. El mundo experimenta constantemente altibajos cíclicos. En la actualidad, la conciencia de la sociedad en su conjunto está elevándose; una vez que alcance el cenit, dentro de miles de años, descenderá de nuevo. Progresión y regresión: existe un constante flujo y reflujo en el plano de dualidad en que vivimos.

    Estos ciclos de evolución conducen a las civilizaciones al esplendor y a la decadencia. Piensa en aquellas antiguas civilizaciones que se hallaban enormemente avanzadas, tales como las que existieron en la India y China. En los ancestrales poemas épicos sánscritos de la India, por ejemplo, comprobamos que en la época de Sri Rama, miles de años antes de la era cristiana, la tecnología había registrado un notable desarrollo, tal como lo evidencian las maravillosas aeronaves que existían entonces. Mucho más grandiosos todavía eran los poderes mentales y espirituales de quienes vivieron en aquella Edad de Oro. Sin embargo, finalmente, esa civilización comenzó a declinar hasta que, en las Edades Oscuras, aquellos avances se perdieron. ¿Qué provocó ese cambio? Ayer, después de mi meditación, estuve reflexionando sobre este tema, a la luz de todo lo que acontece actualmente en el mundo.

    La naturaleza de la crisis actual

    Durante el período descendente del ciclo, el ser humano, en general, ignora cada vez más el aspecto espiritual de su naturaleza, hasta llegar al punto en que toda su nobleza desaparece. Entonces, la decadencia de la civilización no se hace esperar. Este mismo proceso puede también tener lugar en las naciones que se encuentran en la fase ascendente. Si la evolución moral y espiritual de la humanidad no avanza al mismo paso que el florecimiento del conocimiento y la tecnología, el ser humano utilizará mal el poder que ha adquirido y la consecuencia será su propia destrucción. En realidad, ésta es la naturaleza de la crisis mundial a la que actualmente nos enfrentamos.

    La conciencia del ser humano ha evolucionado lo suficiente como para que desentrañe el misterio del átomo y su maravilloso poder, con el que algún día la humanidad será capaz de realizar proezas colosales que aún no podemos imaginar. Pero ¿qué hemos hecho con este conocimiento? Lo hemos concentrado, primordialmente, en el desarrollo de instrumentos de destrucción. La tecnología moderna también nos ha liberado de numerosas tareas que consumían mucho tiempo y que, en el pasado, eran necesarias para nuestra supervivencia física. Sin embargo, con frecuencia, el ser humano no utiliza ese incremento de tiempo libre para lograr el progreso de su naturaleza mental y espiritual, sino para mantenerse ocupado en una búsqueda interminable de placeres materiales y sensoriales. Si el ser humano sólo piensa en su propia sensualidad y se rige por emociones tales como el odio, los celos, la lujuria y la codicia, el resultado inevitable es la falta de armonía entre las personas, la inestabilidad en las sociedades y el conflicto entre las naciones. Las guerras jamás han solucionado nada; por el contrario, se agravan hasta convertirse en enormes holocaustos, ya que una confrontación constituye la semilla de la siguiente. Sólo mediante el desarrollo de seres humanos más sabios y dotados de más amor se logrará que el mundo se convierta en un lugar verdaderamente mejor.

    Una promesa de luz

    Alguien me preguntó en una ocasión cuál era el mejor modo de abordar la negatividad y oscuridad tan extendidas en el mundo actual. Oré profundamente, y mi mente retrocedió a la divina experiencia que tuve en la India, treinta años atrás, durante una peregrinación a la gruta de Mahavatar Babaji.

    Mis compañeras y yo estábamos pasando la noche en un pequeño refugio de montaña, de camino hacia la gruta. En medio de la noche tuve una experiencia supraconsciente en la que vi que el mundo iba a enfrentarse a tiempos muy difíciles: un período de grandes desórdenes, disturbios y confusión. Di un grito, y las otras monjas me preguntaron qué había sucedido. No quise hablar entonces sobre aquella experiencia, pero supe que tenía un profundo significado, no para Daya Ma simplemente, sino para el mundo. En aquella visión aparecía una nube oscura enorme que se extendía por todo el universo; era horroroso ver sus tinieblas siniestras. Pero, en el instante siguiente, vi la inmensa luz de Dios, llena de dicha y divinamente amorosa, que hacía retroceder las negras ondas de aquella nube. Y entonces supe que, al final, todo saldría bien.

    Ahora estamos atravesando los turbulentos tiempos predichos en aquella experiencia. Está ocurriendo en todas las naciones: guerras, hambre, enfermedades incurables, crisis económicas, catástrofes naturales, conflictos religiosos y civiles. Y, lo que es peor, un sentimiento creciente de temor e impotencia ante el avance del caos.

    ¿Por qué tenemos sobre nosotros esas aflicciones? Nuestra situación no es diferente de la de los antiguos egipcios, que se vieron azotados por plagas y calamidades por haber desafiado la Voluntad Divina, como se relata en las escrituras. Tendemos a creer que tales sucesos ocurrían sólo en tiempos bíblicos, pero no es así. En la actualidad tenemos plagas, y muchas. Pensamos ciegamente: «¡Oh! Esto no puede ser el resultado de nuestras transgresiones. Es sólo una coincidencia». No es una coincidencia.

    Las normas de la conducta recta forman parte del orden universal

    Preguntémonos: «¿Cuánto nos hemos alejado de la verdad?». «No matar, no cometer adulterio, no robar, […]». Las leyes de la verdad fueron expuestas en los Diez Mandamientos, en las enseñanzas de Cristo y, mucho antes, en el Óctuple Sendero del Yoga; los dos primeros pasos del Yoga de Patanjali son yama y niyama, los principios del comportamiento erróneo que debemos evitar y los principios de la conducta recta que debemos abrazar.

    Son leyes divinas, forman parte de los preceptos absolutos y universales establecidos por nuestro amado Dios antes de la humanidad. Él creó este mundo de un modo científicamente perfecto y matemáticamente preciso; cada uno de sus aspectos está gobernado por la ley. Él hace comprensibles para nosotros sus leyes a través de la revelación de grandes almas, como Jesús y los rishis de la antigua India. Dios las puso con el fin de que tuviéramos unas directrices que nos ayudaran a aprender cómo comportarnos para armonizar nuestras vidas con Él.

    Desde las épocas más remotas han venido grandes amantes de Dios con sus mensajes divinos. En los primeros tiempos tuvimos los principios expuestos por Moisés; por ejemplo: «Ojo por ojo, diente por diente», que señalaba la inexorabilidad de la ley divina de que lo que siembres, recogerás. Siglos después vino Jesucristo trayendo una enseñanza de gran compasión. En aquel tiempo, la humanidad necesitaba aprender algo sobre el perdón y la misericordia; había habido demasiados años de venganza en el «ojo por ojo, diente por diente». Cristo procuró equilibrar el severo e intransigente rigor de la ley enseñando a perdonar y a compartir, enseñando el amor divino. Su influencia ha permanecido hasta el día de hoy.

    Ahora hemos entrado en otra era, un tiempo ―como nos dijo Paramahansaji― en el que Mahavatar Babaji, en comunión con Jesucristo, ha enviado lo que permitirá a la humanidad no limitarse a escuchar simplemente las enseñanzas de Cristo o hablar sobre ellas, o no limitarse a leer o recitar simplemente el Bhagavad Guita, la gran escritura de la India, sino ir más allá, porque la humanidad está hambrienta de algo más profundo.

    Ese «algo» es la comunión directa con el Amado Divino. Ninguno de nosotros queda al margen de ese divino conocimiento. Todos estamos hechos a Su imagen. Sin importar el color de la piel, el credo religioso o las creencias, todos somos parte de Él; cada uno de nosotros tiene en su interior una chispa de la Divinidad. Las escrituras nos dicen: «¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?».

    ¿Qué es el espíritu de Dios que está dentro de nosotros? Es el alma, el atman: la verdadera esencia de lo que somos. Pero ¿cuántos de nosotros nos reconocemos como almas divinas? La mayoría de la gente está tan lejos de percibir esto que no recuerda a la Divinidad ni siquiera un minuto al día. Su conciencia se ha degradado a través del abuso de los sentidos. El sentido del gusto se ha degradado con el alcohol, la gula y los hábitos erróneos en la alimentación. Los ojos se han degradado con la sensualidad que contemplamos en la vida cotidiana. Los oídos se han degradado con todas las cosas malas que oímos. Y las lenguas se han degradado porque vomitan palabras repugnantes que reflejan pensamientos oscuros.

    Nosotros mismos generamos las situaciones mundiales

    Nosotros mismos […] generamos las situaciones a las que ahora hemos de enfrentarnos, las cuales son el producto de la conducta inmoral y de la decadencia de los principios éticos en todos los ámbitos sociales.

    La supervivencia de la civilización depende de la observancia de las normas de buena conducta. No me refiero a los códigos concebidos por el hombre que cambian con los tiempos, sino a los principios de conducta universales y eternos que promueven la existencia de sociedades y seres humanos saludables, felices y pacíficos, que permiten la diversidad dentro de una armoniosa unidad.

    En nuestro estado de conciencia común y corriente, a veces nos resulta difícil captar la inmensidad de las verdades que se encuentran detrás del universo estructurado por Dios. Pero esas verdades supremas existen efectivamente, y no hay forma de escapar de las rigurosas leyes mediante las cuales el Señor sostiene el cosmos y a sus moradores. En el universo, todo está enlazado. Como seres humanos, estamos unidos no sólo a nuestros semejantes, sino también a toda la naturaleza, porque toda expresión de vida proviene de una sola Fuente: Dios. Él es la armonía perfecta; sin embargo, los pensamientos nocivos y las acciones incorrectas del hombre ejercen un efecto perturbador en la manifestación del armonioso plan divino para este mundo. Así como al tratar de sintonizar con las emisiones de una estación de radio, la estática puede impedir que recibas el programa deseado con claridad, de igual modo, la «estática» que supone la conducta errónea del hombre trastorna la armonía de las fuerzas de la naturaleza, produciendo como resultado las guerras, las catástrofes naturales, los disturbios sociales y los demás problemas con los que nos enfrentamos en la actualidad.

    «Lleno con la luz y el gozo de Dios»

    Tenemos que cambiar. Éste era el mensaje de Paramahansa Yogananda; es por lo que esta obra que él fundó crecerá y seguirá creciendo y creciendo…, porque puede ayudar, y ayudará, a las personas a cambiar.

    Afligida por el sufrimiento, la gente en general dice: «¿Por qué Dios me ha hecho esto?». Él no nos ha hecho esto. Debemos responsabilizarnos de nosotros mismos, asumir la responsabilidad de nuestras acciones. Cuando golpeamos una pared de piedra, la pared no se propone lastimarnos; sin embargo, es posible que nos rompamos los nudillos, ¡o la cabeza! No podemos culpar a la pared por eso. Podríamos lamentarnos diciendo: «Yo no sabía que la pared estaba ahí, ¡de lo contrario no habría corrido hacia ella!». Por eso es por lo que Dios creó leyes divinas y las estableció como normas en las grandes religiones del mundo. A cada uno de nosotros le está diciendo: «Hijo mío, éstas son leyes rigurosas que tú tienes que seguir». Él sabe que somos débiles. Sabe que somos frágiles. Sabe que hemos perdido el contacto con Él ―y que nuestra visión y discernimiento se han nublado― debido a nuestra excesiva inmersión en el mundo material. Por eso da esas leyes a través de los profetas y de los rishis, para ayudarnos a saber cuándo obramos mal. Cuando transgredimos los eternos principios divinos, sufrimos.

    Tenemos que volver a ellos. Debemos darnos cuenta de que, como dijo Cristo, nuestro reino no es de este mundo. Está más allá de este reino mundano: es donde están los seres divinos, donde están los grandes santos y los maestros. ¡Cuántas veces vi a Paramahansaji, en su estudio, quedarse de pronto en silencio y absorto en su interior! En aquellas ocasiones, algunos de nosotros teníamos el privilegio de sentarnos a sus pies y meditar con él. Luego, cuando abría los ojos, solía hablar de ese otro mundo: «¿Ven este mundo finito? Es tan imperfecto… Si pudieran ver, como yo lo veo, el inmenso mundo que hay más allá de éste…, lleno con la luz y el gozo de Dios».

    Almas amadas, tampoco su reino es de este mundo. No perdamos el conocimiento de nuestro verdadero reino; no dediquemos todo nuestro tiempo y atención a las cosas de este mundo, porque algún día tendremos que abandonarlo.

    No aceptes el catastrofismo

    Así que, cuando me preguntas: «¿Cómo hemos de hacer frente al catastrofismo en el mundo?», te respondo: «¡No lo aceptes!». No existe como tal, a menos que tú le permitas existir como oscuridad en tu propia percepción. Esfuérzate por cambiar el centro de tu conciencia. ¿Con cuánta frecuencia pensamos en Dios cada día? ¿Cuántas veces nos dirigimos a Él interiormente? ¡Es tan maravilloso vivir siempre conscientes de su presencia, vivir siempre pensando: «Te amo, mi Dios»! ¡Es tan emocionante! «Te amo; y, porque te amo a Ti primero, siento amor por toda la humanidad. Puedo perdonar a los que me interpretan mal porque te amo. Quiero hacer sólo el bien en el mundo porque te amo». Así es como deberíamos vivir.

    No te desanimes por el catastrofismo. Pasará. Son muchas las civilizaciones que han surgido en este mundo y luego han desaparecido. Ha habido innumerables crisis como las que vemos en la actualidad, más de las que nos es posible saber o recordar a pesar de que nuestras almas han atravesado muchos de esos períodos durante nuestro largo viaje por las encarnaciones. Pero esto no es todo lo que hay. Más allá, en ese otro mundo, hay algo mejor para nosotros. Cuanto más alejemos la mente de los apegos del cuerpo a esta esfera, tanto más podremos elevar la conciencia hacia el reino divino.

    Empecemos tratando de espiritualizar los sentidos. Mira sólo lo bueno; intenta pensar sólo lo bueno. No significa que vayamos a convertirnos en unos optimistas candorosos; significa que tenemos en nuestro interior voluntad, fuerza, devoción y fe para decir: «Dios mío, soy Tuyo. Y haré todo lo que pueda en mi pequeño rincón del mundo para animar y elevar a los demás: a mi familia, a mis vecinos, a mi comunidad o a cualquier persona con la que entre en contacto. Actuaré de la mejor manera que pueda, aun cuando eso suponga un gran esfuerzo para mí».

    Nuestro gurú decía con frecuencia: «Los verdaderos santos son los que, aun en medio de sus propios sufrimientos, aportan consuelo y curación a las vidas de todos los que se les acercan». Ésa es la actitud del verdadero amante de Dios. Sean cuales sean las dificultades por las que esté pasando esa persona, ninguno de los que se le acerquen se marchará sintiéndose oprimido, desalentado o fracasado. Todos somos hijos de Dios; y cada uno de nosotros tiene el poder mediante el cual es capaz de vencer las dificultades de la vida. Pero hemos de creer en él, hemos de ejercitarlo…, y hemos de esforzarnos siempre por estar alegres.

    «Un santo triste ―citaba Paramahansaji― ¡es un triste santo!». Él mismo era de lo más jovial; siempre estaba alegre, incluso en medio de los tremendos obstáculos que tuvo que superar para edificar esta obra, Self-Realization Fellowship/Yogoda Satsanga Society. Servir a Dios no es fácil. ¡La vida en este mundo no es fácil! Pero vivamos con gozo, con alegría, y con la determinación de vencer, de que todo nos saldrá bien porque tenemos el apoyo de la Divinidad.

    Jamás seas una persona malhumorada; jamás seas de los que difunden pensamientos negativos. Recuerda que este mundo ha sido creado mediante la ley de la dualidad: todas las cosas tienen dos lados ―uno positivo y otro negativo―, y cada ser humano puede optar por alinear su conciencia con uno u otro. A nadie le gusta estar rodeado de estramonio maloliente. Es negativo, y nos deprime. En cambio, como solía decir nuestro gurú, a todo el mundo le gusta reunirse en torno a una rosa, que exhala dulce fragancia. Sé tú positivo, una rosa humana.

    Prepara tu mente para que sea positiva, para que sea alegre, jovial. Te aseguro que, si lo haces, comprobarás que lo bueno viene a ti, porque el pensamiento tiene poder de atracción. Si nuestros pensamientos son constantemente negativos, atraemos circunstancias negativas. Si vivimos y pensamos positivamente, atraemos resultados positivos. Es así de sencillo: no es más que la ley de la atracción.

    El poder de la oración puede transformar el mundo

    Al final de esta visión que describí, las tinieblas que amenazaban nuestro mundo retrocedieron gracias al espíritu de Dios, que obraba a través de un número cada vez mayor de personas que vivían conforme a los principios espirituales. La espiritualidad comienza con la moralidad, es decir, con la aplicación de las normas de recta conducta —tales como la sinceridad, el autocontrol, la fidelidad a los votos matrimoniales o el no dañar al prójimo— que constituyen la base de todas las religiones. Y no sólo debemos guiar con rectitud nuestra conducta, sino también nuestra manera de pensar. Si insistimos en pensar de una cierta forma, esos pensamientos se convertirán finalmente en acciones; así pues, si queremos perfeccionarnos, debemos comenzar por nuestros pensamientos.

    El pensamiento es una fuerza que posee un inmenso poder. Por eso creo tan firmemente en la efectividad del «Círculo mundial de oraciones» que fundó Guruji. Espero que todos los miembros y simpatizantes de Self-Realization Fellowship participen en él. Cuando las personas emiten pensamientos positivos saturados de paz, amor, buena voluntad y perdón, tal como se enseña en la técnica de curación que utiliza el «Círculo mundial de oraciones», se genera un gran poder. Si las multitudes oraran de este modo, se establecería una vibración de bondad que sería suficientemente poderosa para transformar el mundo.

    Refórmate y reformarás a multitudes

    Nuestro papel como discípulos de Paramahansa Yogananda consiste en hacer cuanto esté a nuestro alcance para armonizar nuestra vida con Dios, de modo que, mediante nuestros pensamientos, palabras y conducta ejemplar, podamos tender una mano y ejercer cierta influencia espiritual sobre el resto del mundo. Nuestras palabras tienen poco sentido si no se manifiestan de alguna manera en nuestra vida. Las palabras de Cristo son tan poderosas hoy en día como lo fueron hace dos mil años por la sencilla razón de que él vivió lo que enseñaba. Nuestras vidas también deben reflejar —callada, pero elocuentemente— los principios en los que creemos. Tal como Guruji citaba a menudo: «Refórmate y habrás reformado a multitudes».

    Tal vez pienses: «Pero hay tantas cosas en este mundo que necesitan ser corregidas; hay mucho por hacer». Es verdad: las necesidades son monumentales; pero las dificultades del mundo no desaparecerán si solamente tratamos de corregir las condiciones externas. Es preciso perfeccionar el elemento humano —que es la causa real de los problemas— y debemos comenzar por nosotros mismos.

    Puedes decirle un millón de veces a una persona que no fume, pero si esa persona ha decidido que le gustan los cigarrillos, nada de lo que digas cambiará su hábito. Sólo cuando comience a toser y a sufrir los efectos negativos del tabaquismo, quizás entre en razón y reflexione: «Esta conducta está afectando mi salud; está convirtiéndose en un problema que debo atender». De igual forma, tal vez tus palabras por sí solas posean poco poder para hacer que una persona inarmónica se torne pacífica. Pero si esa persona percibe que de tu tranquila naturaleza fluye un sentimiento de armonía y bienestar, éste será un hecho tangible que ejercerá un efecto beneficioso sobre ella.

    Establecer la armonía con el alma y con Dios

    La paz y la armonía que todo el mundo busca con tanto apremio no puede obtenerse de las cosas materiales ni de ninguna experiencia externa: ¡es sencillamente imposible! Quizá podamos sentir una tranquilidad pasajera al contemplar una hermosa puesta de sol, o cuando vamos a la montaña o a la playa. Pero incluso las escenas más inspiradoras no te proporcionarán paz si tu ser se encuentra en desarmonía.

    El secreto para que todas las circunstancias exteriores de tu vida se llenen de armonía consiste en establecer primeramente la armonía con tu alma y con Dios. […]

    Conforme una parte mayor de la humanidad se esfuerce por lograr el estado descrito, disminuirán las crisis que amenazan nuestro mundo. Pero debemos comprender que la Tierra jamás será un lugar perfecto, pues no es nuestro hogar permanente, sino una escuela en la que todos sus alumnos nos encontramos en distintos grados de aprendizaje. Hemos venido aquí para vivir todo tipo de experiencias —tanto agradables como dolorosas— y, gracias a ellas, aprender las lecciones necesarias.

    Dios es eterno y nosotros también lo somos. Su universo continuará existiendo con los altibajos que le son propios. A nosotros nos corresponde ponernos en armonía con las leyes de su divina creación. Quienes así lo hacen avanzan sin cesar —independientemente de las circunstancias externas o las del particular ciclo mundial en el que nacieron— y, al purificar sus conciencias, encuentran la libertad en Dios.

    En resumidas cuentas, nuestra salvación depende por completo de nosotros mismos, es decir, de la forma en que afrontamos la vida, de nuestro comportamiento y de si conducimos nuestra existencia con honestidad, sinceridad, consideración por los demás y, sobre todo, con valor, fe y confianza en Dios. Expresar esta cualidad es sencillo si nos concentramos en amar a Dios, lo cual nos impulsará a hacer el bien y a ser buenos, pues descubrimos que nuestro Creador derrama a raudales paz, sabiduría y gozo en nuestra conciencia.

    Muy a menudo, Guruji insistía en que afirmáramos con él que nuestras vidas habían de ser vividas en el gozo de Dios:

    Del Gozo he venido. En el Gozo vivo, en él me deslizo y en él se encuentra mi ser. Y en ese sagrado Gozo me fundiré de nuevo.

    Aférrate a esta verdad y comprobarás que ese Gozo interior te sustentará, a pesar de las dificultades que puedan aquejar tu vida. Ese Gozo será para ti más real que los sucesos siempre cambiantes de este caleidoscópico mundo.