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    Panorama

    En el transcurso de una visita a los ashrams de Paramahansa Yogananda en la India (realizada entre los meses de octubre de 1963 y mayo de 1964), Sri Daya Mata llevó a cabo un peregrinaje sagrado a una gruta en el Himalaya que ha sido santificada por la presencia física de Mahavatar Babaji. Durante algún tiempo después de tal peregrinaje, Daya Mata rehusó mencionar en reuniones públicas sus experiencias relacionadas con dicho evento. No obstante, en el presente satsanga que tuvo lugar en Encinitas, un devoto pidió a Mataji que relatara a los asistentes su visita a la cueva de Babaji, y la Voluntad Divina la incitó a responder. A continuación aparece su relato, para inspiración de todos.

    Charla impartida en el Ashram de SRF en Encinitas (California), 24 de agosto de 1965.

    Reimpreso de Sólo amor: Cómo llevar una vida espiritual en un mundo cambiante

    Entre Paramahansa Yogananda y Mahavatar Babaji existió una relación muy especial. Gurudeva solía hablar a menudo de Babaji y de aquella ocasión en la que estando en Calcuta, antes de abandonar la India para viajar a Estados Unidos, el Mahavatar se apareció ante él. Cada vez que el Maestro se refería al gran avatar, lo hacía con tal devoción, con tal sentimiento de reverencia, que nuestros corazones se colmaban de un gran amor y anhelo de Dios; a veces, sentía yo que mi corazón estaba a punto de estallar.

    Tras el deceso de Guruji, el recuerdo de Babaji continuó intensificándose en mi conciencia. Solía yo preguntarme por qué, no obstante sentir un profundo amor y reverencia hacia todos nuestros paramgurús, existía en mí una atracción especial hacia Babaji; no era consciente de que hubiese recibido de él ninguna gracia especial que pudiera haber despertado en mí este marcado sentimiento de proximidad hacia él. Sin embargo, jamás esperé tener una experiencia personal de la sagrada presencia de Babaji, ya que me consideraba totalmente inmerecedora de ello. Pensaba que, tal vez, en alguna vida futura podría contar con semejante bendición. Nunca, en realidad, he perseguido o anhelado disfrutar de experiencias espirituales. Sólo deseo amar a Dios y sentir su amor. Mi felicidad yace en estar enamorada de Él; no preciso de ninguna otra recompensa en la vida.

    Cuando viajamos a la India en esta última ocasión, dos de las devotas que me acompañaban expresaron el deseo de visitar la cueva de Babaji. Aun cuando al comienzo yo no tenía un deseo personal intenso de realizar dicha visita, investigamos la posibilidad de llevarla a cabo. La gruta se encuentra en las laderas del Himalaya más allá de Ranikhet, cerca de la frontera con Nepal, y las autoridades en Delhi nos comunicaron que las regiones fronterizas del norte de la India estaban cerradas a los extran­jeros. Por este motivo, nos pareció que semejante viaje sería imposible. Sin embargo, tal información no me decepcionó. He visto demasiados milagros, y no dudo en absoluto del poder de la Madre Divina para posibilitar cualquier cosa que Ella desee. Por otro lado, si no era su voluntad que realizásemos semejante viaje, no tenía yo ningún interés personal en hacerlo.

    Uno o dos días más tarde, no obstante, Yogacharya Binay Narayan me anunció que se había puesto en contacto con el Primer Ministro de Uttar Pradesh (el estado en el cual se encuentra ubicada la cueva de Babaji) y que éste había concedido un permiso especial para que nuestra comitiva visitase la región. Nos llevó un par de días prepararnos para partir, pues no disponíamos de ropa de abrigo apropiada para el frío clima de las montañas; todo cuanto habíamos traído eran nuestros saris de algodón y los chuddars (chales) de lana para cubrirnos los hombros. En nuestro entusiasmo por emprender el peregrinaje, ¡habíamos sido un poco temerarias!

    Abordamos el tren a Lucknow, la capital del estado de Uttar Pradesh, y llegamos a la residencia del Gobernador hacia las 8 de la noche. Después de cenar con él, el Primer Ministro y otras visitas, alrededor de las 10 de la noche nos encontrábamos de nuevo en un tren con destino a Katgodam, acompañadas por el Primer Ministro. Era casi el amanecer cuando llegamos a la pequeña estación. Desde allí, tuvimos todavía que viajar en auto hasta la estación de montaña de Dwarahat, en la cual existen alojamientos para peregrinos.

    A Blessing From Mahavatar Babaji Daya Mata In Babajis Cave
    Sri Daya Mata en profunda comunión divina, en la cueva de Mahavatar Babaji situada en la cordillera del Himalaya, cerca de Ranikhet, 1963. «La voz del silencio hablaba claramente de la presencia de la Divinidad. Olas de percepciones divinas se vertieron en mi conciencia, y todas las oraciones que elevé aquel día han sido respondidas».

    Una divina confirmación de Babaji

    Permanecí durante cierto tiempo totalmente sola, sentada en la estación ferroviaria de Katgodam, mientras el resto de la comitiva se encontraba en el exterior, aguardando la llegada de los automóviles. Con profundo sentimiento y devoción, me puse a practicar lo que en la India llamamos Japa Yoga, es decir, la repetición constante del nombre de la Divinidad. Mediante esta práctica, la conciencia entera se absorbe gradualmente en un sólo pensamiento, excluyendo de sí todo lo demás. Me dediqué a repetir el nombre de Babaji, y no podía pensar en nada sino en él. Mi corazón se encontraba henchido de un gozo indescriptible.

    Repentinamente, perdí toda noción de este mundo. Mi mente se recogió por completo en un estado de conciencia distinto; y en un éxtasis del más dulce gozo, contemplé la presencia de Babaji. Comprendí entonces a qué se refería Santa Teresa de Ávila al mencionar haber «visto» al Cristo sin forma: la individualidad del Espíritu manifestada como alma, revestida solamente de la esencia y pensamiento del ser. Este «ver» constituye una percepción más vívida y exacta en todos sus detalles que los burdos rasgos de las formas materiales, e incluso de las visiones. Me incliné interiormente ante él y tomé el polvo de sus pies.

    El Maestro nos había dicho a algunos de nosotros lo siguiente: «Jamás deben preocuparse por la dirección de esta sociedad. Babaji ha seleccionado ya a quienes están destinados a dirigir esta obra». Cuando fui elegida para este cargo por el Consejo Directivo, me pregunté: «¿Por qué yo?». Y fue así como en ese momento inquirí a Babaji acerca del tema: «Me eligieron a mí, siendo tan inmerecedora de ello. ¿Cómo pudo ser?». Me encontraba interiormente sollozando a sus pies.

    Con enorme dulzura, él respondió: «Hija mía, no debes dudar de tu Gurú. Lo que él te dijo es la verdad». Mientras Babaji pronunciaba estas palabras, una bendita paz descendió sobre mí. Mi ser entero perma­neció sumergido en esa paz, ignoro por cuánto tiempo.

    Poco a poco, me percaté de que el resto de mis acompañantes había regresado a la habitación y, al abrir los ojos, contemplé lo que me rodeaba con un nuevo sentido. Recuerdo haber exclamado: «¡Por supuesto! ¡He estado aquí anteriormente!». Todo me pareció instantáneamente conocido, al despertarse en mí los recuerdos de una vida pasada.

    Los automóviles que habrían de conducirnos hasta la cumbre de aquella estribación se encontraban listos; tomamos nuestros asientos y emprendimos el viaje de ascenso a lo largo del serpenteante camino de la montaña. Cada paisaje, cada escena que contemplaba, me parecía familiar. Tras la experiencia en Katgodam, la presencia de Babaji permaneció conmigo de manera tan intensa que, dondequiera que miraba, me parecía que él estaba allí. Nos detuvimos brevemente en Ranikhet, donde fuimos recibidos por las autoridades de la ciudad, a quienes el Primer Ministro había notificado nuestra visita.

    Finalmente, llegamos al remoto villorrio de Dwarahat, enclavado en las alturas de las laderas del Himalaya. Nos alojamos allí en una hospedería estatal, una diminuta y sencilla residencia para peregrinos. La noticia de la llegada de los viajeros occidentales que habían acudido a visitar la sagrada gruta atrajo aquella noche a numerosas personas de las inmediaciones que deseaban conocernos. Muchos son los que hablan en esta región acerca de Babaji, cuyo nombre significa «Reverendo Padre». Los visitantes nos acosaron a preguntas, y celebramos un satsanga, tal como el que estamos llevando a cabo ahora. Gran parte de los presentes comprendía el inglés, y algunos traducían para aquellos que no lo entendían.

    Una visión profética

    Una vez concluido el satsanga, cuando todos los aldeanos hubieron partido, nos sentamos a meditar y luego nos retiramos a descansar en nuestros cálidos sacos de dormir. En medio de la noche, tuve una experiencia supraconsciente. Una enorme nube negra se abalanzó súbitamente sobre mí e intentó envolverme por completo, mientras yo clamaba a Dios. Ananda Ma y Uma Ma, que se encontraban conmigo en la habitación, despertaron alarmadas y me preguntaron qué había sucedido. «No deseo hablar sobre ello ahora —les dije—. Me encuentro bien. Duérmanse nuevamente». A través de la práctica de la meditación, el omnisciente poder de la intuición se desarrolla en cada uno de nosotros; y yo había comprendido intuitivamente el mensaje que la Divinidad me enviaba por medio de esta simbólica experiencia. Ésta predecía una grave enfermedad que pronto habría yo de sufrir, y también señalaba que la humanidad se enfrentaría a un período extremadamente oscuro, durante el cual la fuerza del mal intentaría englobar el mundo entero. Sin embargo, puesto que la nube no me había envuelto por completo, al repelerla con mis pensamientos de Dios, la visión significaba, asimismo, que yo habría de afrontar con éxito ese riesgo personal, y así sucedió. Además, revelaba que, a la postre, el mundo también emergería de la amenazante nube oscura del karma; pero la humanidad tendría que hacer primero un esfuerzo, volviéndose hacia Dios.

    Al día siguiente, a las 9 de la mañana, iniciamos nuestro camino hacia la gruta. Esta etapa del peregrinaje habría de realizarse en su mayor parte a pie. Sólo en ocasiones podíamos cabalgar o hacer uso de un dandi. Éste es un pequeño vehículo similar a un palanquín, hecho de madera burda y suspendido, mediante cuerdas, de dos pértigas que descansan sobre los hombros de cuatro porteadores. Ascendimos, ascendimos y ascendimos; a veces, teníamos literalmente que arrastrarnos, gateando, ya que en muchos lugares la ladera era en extremo empinada. Nos detuvimos sólo por breve tiempo en dos hospederías a lo largo del camino. La última de éstas era una residencia estatal en la cual proyectábamos alojarnos durante la noche, a nuestro regreso de la gruta. Alrededor de las 5 de la tarde, cuando el sol comenzaba ya a descender tras las montañas, llegamos a la cueva. La luz del sol —¿o era acaso la luz de otro Poder?— anegaba la atmósfera entera, y todos los objetos, con un resplandeciente fulgor dorado.

    Existen, en realidad, numerosas cuevas en esta región. Una de ellas, más abierta, ha sido labrada por la naturaleza en una roca gigante, y tal vez sea éste el mismo borde rocoso en el cual se encontraba Babaji cuando Lahiri Mahasaya se reunió con él por primera vez. Próxima a ella existe otra caverna, para entrar a la cual es necesario agazaparse y avanzar apoyándose en las manos y las rodillas; ésta es la gruta en la cual se afirma que residió Babaji. Su estructura, especialmente en el pasaje de entrada, ha sido alterada por las fuerzas naturales durante el tiempo transcurrido —más de un siglo— desde la época en que fuera ocupada por Babaji. Permanecimos sentados en meditación en el interior de esta cueva durante largo tiempo y oramos por todos los devotos de nuestros Gurús, y por la humanidad entera. Nunca antes me pareció tan elocuente la quietud; la voz del silencio hablaba claramente de la presencia de la Divinidad. Olas de percepciones divinas se vertieron en mi conciencia, y todas las oraciones que elevé aquel día han sido respondidas.

    Como recuerdo de nuestra visita y como símbolo de la reverencia y devoción que profesan todos los chelas de Gurudeva hacia el divino Mahavatar, dejamos en la gruta un pequeño pañuelo, con el emblema de Self-Realization bordado en él.

    Ya había caído la noche cuando iniciamos el camino de regreso. Muchos aldeanos se habían unido a nuestro peregrinaje, y algunos de ellos adoptaron la sabia precaución de llevar consigo unas lámparas de queroseno. Mientras descendíamos la montaña, de nuestro grupo se elevaban cantos de alabanza a Dios. Alrededor de las 9 de la noche, llegamos a la humilde morada de una de las autoridades de la región, que nos había acompañado hasta la gruta; se nos invitó a descansar allí durante un breve lapso. Nos sentamos al aire libre, en torno a una fogata, y se nos sirvieron papas asadas, pan negro y té. El pan se cuece en cenizas y es negro por completo. Nunca olvidaré el sabor de aquella deliciosa cena, en medio del penetrante aire nocturno del sagrado Himalaya.

    Era ya medianoche cuando llegamos a la hospedería estatal en la cual nos habíamos detenido por corto tiempo en nuestro camino hacia la cueva. Allí íbamos a pasar la noche... es decir, ¡lo que restaba de ella! Mucha gente nos hizo ver posteriormente que sólo la fe pudo habernos hecho atravesar esa región de noche, ya que está atestada de peligrosas serpientes, tigres y leopardos. Por este motivo, nadie soñaría siquiera con recorrer la zona una vez caída la noche. Pero se dice que la ignorancia es bienaventuranza, y jamás se nos ocurrió abrigar temor alguno. Incluso si hubiésemos conocido los peligros a que nos exponíamos, estoy segura de que nos habríamos sentido protegidos. Sin embargo, ¡yo no recomendaría a nadie hacer ese viaje de noche!

    A lo largo de todo el día, la experiencia que tuve con Babaji en Katgodam se mantuvo vívida en mi conciencia, así como también aquella constante sensación de estar reviviendo escenas del pasado.

    «Mi naturaleza es amor»

    Aquella noche me fue imposible dormir. Mientras me encontraba sentada en meditación, la pieza entera se iluminó súbitamente con un fulgor dorado, que se convirtió luego en un azul luminoso; ¡y allí estaba, de nuevo, la presencia de nuestro bienamado Babaji! Esta vez me dijo: «Hija mía, debes comprender lo siguiente: No es necesario que ningún devoto acuda a este sitio para encontrarme. Quienquiera que se recoja en su interior con profunda devoción, llamándome y creyendo en mí, recibirá mi respuesta». Éste fue su mensaje para todos nosotros, ¡y cuán cierto es! Basta con creer en Babaji y llamarle silenciosamente, con devoción, para sentir su respuesta.

    Entonces, le dije: «Babaji, mi Señor, nuestro Gurú nos enseñó que, cuando necesitemos sabiduría, deberíamos orar a Sri Yukteswarji, ya que él es todo guiana, todo sabiduría; y cuando deseemos experimentar ananda o bienaventuranza, deberíamos comulgar con Lahiri Mahasaya. ¿Cuál es tu naturaleza?». Al decir esto, sentí como si mi corazón fuese a estallar de amor; un amor tremendo, como miles de millones de amores en uno solo. Él es puro amor; su naturaleza entera es prem (amor divino).

    Aun cuando silenciosa, no podía yo concebir una respuesta más elocuente que la anterior; sin embargo, Babaji la tornó aún más significativa y dulce, al agregar las siguientes palabras: «Mi naturaleza es amor; pues es sólo el amor lo que puede transformar al mundo». La presencia del gran avatar se desvaneció con lentitud en la decreciente luz azul, dejándome inmersa en un gozoso éxtasis de amor divino.

    Recordé lo que me había dicho Gurudeva poco tiempo antes de abandonar su cuerpo, cuando le pregunté: «Maestro, generalmente, cuando el líder de una organización desaparece, ésta deja de prosperar y comienza a desintegrarse. ¿Cómo proseguiremos sin su presencia? ¿Qué habrá de sostenernos e inspirarnos, cuando usted ya no se encuentre en este mundo?». Jamás olvidaré su respuesta: «Cuando me haya marchado, sólo el amor podrá reemplazarme. Vivan tan embriagados del amor de Dios, noche y día, que no piensen en ninguna otra cosa. Y ofrezcan dicho amor a todos». Éste es también el mensaje de Babaji: el mensaje para esta era.

    El amor a Dios, y a Dios en todos, es un mandamiento eterno que predicaron todos los gigantes espirituales que han bendecido con su presencia esta tierra. Debemos aplicar esa verdad en nuestras propias vidas. ¡Es tan esencial hacerlo en esta época en que la humanidad experimenta gran inseguridad ante el mañana, y pareciera que el odio, el egoísmo y la codicia podrían destruir este mundo! Debemos convertirnos en guerreros divinos, armados de amor, compasión y comprensión; lograrlo es una necesidad vital.

    Así pues, almas amadas, he compartido esta experiencia para que sepan que Babaji vive. Él existe, y su mensaje es un eterno mensaje de amor divino. No me refiero al amor egoísta, limitado, personal y posesivo que predomina en las relaciones humanas corrientes. Me refiero al amor que Cristo ofrece a sus discípulos, al amor que Gurudeva nos prodiga: un amor divino e incondicional. Éste es el amor que nosotros debemos brindar a los demás. Todos clamamos por este amor. No existe siquiera uno de nosotros en esta sala que no anhele disfrutar del amor, de un poco de bondad y comprensión.

    Somos el alma, y la naturaleza del alma es la perfección; por ello, nunca podremos sentirnos satisfechos con algo que no sea perfecto. Pero jamás nos será posible conocer qué es la perfección mientras no le conozcamos a Él, el Amor perfecto, nuestro Padre, Madre, Amigo y Bienamado Dios.